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domingo, 19 de mayo de 2013

El Management del Bien


Siete almasEl 'management' del bien

Publicado el 16-03-2009 por Ignacio García de Leániz Caprile, consultor Evolución 21.


Fuente: Expansión y Empleo


Para reparar su culpa, el protagonista de esta película elige a siete personas necesitadas a las que sólo él puede ayudar. Para ello elabora un plan de acción que nada tiene que envidiar en sus fases y tareas al proyecto empresarial mejor gestionado.

¿Es posible gestionar el bien que uno hace o está dispuesto hacer? ¿Cabe planificar su implantación, elegir su público objetivo y diseñar sus canales de distribución como una realidad susceptible de un cierto management? Las preguntas pueden parecer en primera instancia un sinsentido pero cuando se repara en que la ciencia ética no es sólo el saber qué es lo bueno, sino también cómo puedo realizarlo, entonces la pregunta no resulta desacertada. Al fin y al cabo, el management hace referencia a la elección y gestión de unos medios para conseguir los objetivos fijados de forma eficaz. La película Siete almas es una magnífica lección de cómo la benevolencia –querer el bien ajeno– puede muy bien ser gestionada con criterios de eficacia y eficiencia, siguiendo cabalmente las fases del típico ciclo PECA de calidad (Planifica-Ejecuta-Controla- Actúa).

Plan de acciónEn efecto, Ben Thomas –papel que interpreta Will Smith– es un exitoso ingeniero aeroespacial del legendario MIT que ha creado su propia empresa puntera de fabricación de trasbordadores espaciales que gestiona a la perfección. Sin embargo, un suceso traumático provoca una tragedia que sesga siete vidas inocentes y Thomas decide dar un giro radical a la suya por creerse culpable. Para reparar el mal causado se fija como objetivo ayudar de forma eficaz a siete personas en situaciones vitales críticas. He ahí la meta (la reparación) y sus respectivos objetivos (las siete vidas) del plan de acción que comienza a diseñar con su metodología de alumno privilegiado del MIT.

Él mismo decide los “requisitos de calidad” de las personas que recibirán su ayuda: han de ser personas buenas y que precisen asistencias desesperadamente, sean financieras, médicas o espirituales. ¿Cómo encontrar en el anonimato de la gran ciudad estos perfiles de beneficiarios? Nuestro protagonista idea una manera eficaz y no exenta de ironía: se hace pasar por inspector de Hacienda para, por un lado, obtener la información que precisa en las bases de datos fiscales y, por otro, poder entrevistarse con los candidatos. Tras descartar a quienes no cumplen los requisitos mencionados, Ben Thomas elabora la lista definitiva de los siete elegidos. Finaliza así la fase de la planificación de su benevolencia con los objetivos perfectamente definidos y su cronograma respectivo.

Y a partir de esta planificación, la película nos ofrecerá un despliegue detallado de las fases siguientes: la ejecución y el seguimiento de las diversas acciones benevolentes encaminadas a solucionar las siete situaciones de desdicha.

Destaca entre todas ellas la situación límite de Emily (Rosario Dawson), con una cardiopatía muy grave y una situación económica de bancarrota. La benevolencia de Ben da paso a la reciprocidad misericordiosa de Emily en la que surge el amor: también él precisa en su sufrimiento solitario de la misma ayuda que ha planificado dar. Es aquí donde se inserta una de las secuencias clave de la película: Emily se ganaba la vida diseñando e imprimiendo tarjetas de boda, realizadas artesanalmente.

Pero su lesión cardiaca le impide poder trabajar con sus máquinas de impresión. Además, su mejor impresora, una vieja Heidelberg, hace años que está averiada y no hay en la ciudad nadie capaz de arreglarla, dada su rareza y antigüedad. A espaldas de Emily, nuestro ingeniero aeroespacial reconvertido en inspector fiscal repara diligentemente la rotativa, rescatando sus conocimientos mecánicos que había puesto al servicio de los trasbordadores. Emily podrá trabajar: ya tiene los medios artesanales que precisaba. Ahora sólo queda poder arreglar su cardiopatía.

Ben Thomas sabía muy bien que en todo plan de acción es necesario un plan de contingencias que contemple acciones no previstas inicialmente. Lo había aprendido en el MIT; y Pascal lo había anticipado tres siglos antes: “El corazón tiene razones que la razón no conoce”. También lo iba a aprender Thomas, pero esta vez no en Boston sino en la escuela de la vida.

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